Los primeros 100 días de
Ollanta
Raúl
Wiener
Por lo que he podido oír al
presidente y al primer ministro
en estos últimos días, la
celebración de los primeros 100
días del nuevo gobierno traería
novedades, de ningún modo
conmocionantes como ya advirtió
Salomón Lerner, pero tampoco
cualquier cosa, lo que ha sido
la tónica desde 28 de julio.
Evidentemente se nos quiere
acostumbrar a un ritmo de
transformaciones lentas y
medidas que no afecten las hasta
ahora buenas relaciones con el
capital lo que puede resumirse
en algunas frases que se han
hecho casi definitorias:
“estamos negociando sin patear
el tablero”, “no queremos
pelearnos con las grandes
empresas, pero que paguen sus
impuestos”.
Este talante conciliador pero
que insiste en la necesidad de
volver a negociar sin pelearse,
es una marca clara de los 100
días y por lo que puede
entenderse de las declaraciones
de más alto nivel del régimen,
la pretensión es que sea la
verdadera hoja de ruta de los
cinco años. Claro que eso supone
que los capitales sigan
aceptando volver cada tanto a la
mesa y ceder algo, como se hace
en toda negociación. Los casos
que se judicializan o recurren
al arbitraje internacional,
podrían terminar escapando al
parámetro general, como estaría
ocurriendo con la deuda
tributaria de Telefónica, que
está provocando una tensión con
el gobierno.
No hay duda que si Ollanta
termina dando la impresión que
se doblega ante la gran empresa,
caerá perpendicularmente en la
expectativa de la población. En
el caso del llamado gravamen
minero la imagen sigue siendo
que sacó cosas que las empresas
no querían dar, y esa idea no ha
sido mellada por los estudios
más acuciosos que han
descubierto después que el monto
a recibir es menor que el
anunciado y que probablemente el
MEF metió la mano para salvarle
algunos cientos de millones a
sus compadres de la minería. Lo
que es verdad es que hacía
veinte años que no había un
gobierno dispuesto a sentar a
los mayores inversionistas para
revisar sus contratos. Y eso
alimenta las expectativas.
Pero al otro lado hay que
preguntarse si para los votantes
de Ollanta, especialmente el 31%
de la primera vuelta que le ha
sido fiel en dos elecciones y
que debería ser el más dispuesto
a batirse por él en los momentos
difíciles de los próximos cinco
años, la idea de los cambios
ralentizados, recortados y
focalizados (para el caso de los
programas sociales) va a
permitir les una adhesión sólida
y de largo plazo. A 100 días se
escuchan descontentos por lo que
se hace y lo que no se hace,
especialmente por lo que se
percibe como confianzas
excesivas en la tecnocracia que
dirige la economía y que es la
misma del pasado (con sus
títulos y conocimientos traídos
de los Estados Unidos) y la
burocracia de “confianza” que
administra aún muchas porciones
del Estado.
En realidad los cien días dejan
un sinsabor para quienes todavía
recuerdan el mensaje original de
Ollanta sobre la traición de los
políticos que luego de echar a
la dictadura fujimorista dejaron
intacta casi toda la herencia
del viejo régimen: constitución,
contratos, instituciones,
política económica, etc., y una
relativa tranquilidad en los que
más bien imaginaban que el
“cambio” en el candidato podía
no ser sino un maquillaje. Mi
amigo, Ricardo Vásquez Kunze que
seguramente está en este segundo
grupo dijo, sin embargo el otro
día, que está bien que Ollanta
nos haya convencido de que no
será el radical que se temía,
pero ya es tiempo que apriete un
poco el acelerador. Esto ya no
sólo se lo reclama la izquierda
del gobierno, sino algunos de
sus aliados de derecha.
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Gentileza:: Raúl Wiener
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