#OccupyWallStreet: El milagro
de estar juntos
Ángel Luis
Lara
"Venimos para quedarnos". El
mensaje es exhibido por una
simpática señora de unos 70
años. No es una joven e
irrendenta activista. Es,
simplemente, una señora de 70
años. La acampada del movimiento
#OccupyWallStreet en el corazón
del distrito financiero
neoyorquino supera las tres
semanas de existencia y ya no es
la misma. Desde que arrancara el
pasado 17 de septiembre se ha
transformado.
En sentido inverso a lo que le
sucediera al Gregorio Samsa de
Kafka, la metamorfosis se ha
producido desde el ser extraño a
la persona común.
Como si las lluvias torrenciales
caídas en Nueva York la semana
pasada hubieran ayudado a
enjuagar la inercia inicial
hacia lo identitario, el lastre
de lo ideológico, la supremacía
de los significantes y la lógica
activista tout court. #OccupyWallStreet
ya no es el mismo movimiento.
Sin embargo, su existencia se
debe en gran medida a la
decidida obstinación de los
apenas 200 activistas que han
mantenido el campamento contra
viento y marea desde su inicio.
La metamorfosis de #OccupyWallStreet
posee una naturaleza
eminentemente incluyente: todos
y todas formamos parte de ella.
También la mayoría de los que
compartimos pesimismo en las
calles del distrito financiero
de Nueva York ante el evidente
fracaso inicial de la
convocatoria el pasado 17 de
septiembre:
lejos de irnos a casa y de
abandonar el barco, cada uno y
cada una ha aportado su granito
de arena como ha sabido, como ha
podido y como ha aprendido
durante estas semanas.
Ese es el milagroso efecto del
15M y de los movimientos en el
Mediterráneo: nos hemos imbuido
de una extraña y maravillosa
energía, una especie de
determinación colectiva que no
nos abandona. Estamos
aprendiendo que, a diferencia de
los partidos o las
instituciones, los movimientos
no tienen miedo a las
transformaciones, a los cambios
o a los gerundios.
Ser movimiento es estar en
movimiento. Sabíamos que se
trataba de romper la burbuja
inicial, de cambiar. Parece que,
poco a poco, entre todos y todas
lo vamos consiguiendo: hace unos
días decenas de miles de
personas tomaron el sur de
Manhattan al grito de #OccupyWallStreet.
El pasado mes de julio el
colectivo Culture Jammers
Adbusters lanzaba la
convocatoria y vaticinaba que 20
mil personas tomarían Wall
Street. Nos equivocamos
estrepitosamente aquellos que
subestimamos sus previsiones.
Adbusters tenía razón, a pesar
de Adbusters. No ha sido en la
fecha prevista, pero ha ocurrido
tres semanas después.
Es cierto que uno no cambia si
no está dispuesto a cambiar.
Ocurre a veces; sin embargo, que
elementos fortuitos y azarosos
modifican hasta tal punto la
coyuntura que habitamos que no
nos queda más remedio que
cambiar. Si además hablamos de
un proceso abierto e
indeterminado, como es el caso
del movimiento #OccupyWallStreet,
el dibujo necesariamente caótico
que va trazando con su devenir
subraya la relevancia de lo
azaroso. Ese es el principio que
orienta el denominado efecto
mariposa:
"Dadas unas condiciones
iniciales de un determinado
sistema caótico, la más mínima
variación en ellas puede
provocar que el sistema
evolucione en formas
completamente diferentes" (Wikipedia).
Mientras los partidos y las
instituciones se llevan mal con
el azar, los movimientos
sociales lo convocan
constantemente. En este sentido,
#OccupyWallStreet ha vivido una
especie de efecto mariposa. La
aparición de un input externo ha
producido una importante
variación que ha modificado su
suerte: al igual que sucediera
en Madrid y Barcelona con el
movimiento 15M, la policía se ha
aliado involuntariamente con #OccupyWallStreet
y le ha dado vida de manera
determinante. Las imágenes de
los centenares de arrestos
indiscriminados e
injustificados, así como la
dureza y la violencia exhibida
por las fuerzas policiales en su
relación con el movimiento, se
han replicado masivamente en
Internet y en medios de
comunicación, afectando a los
sectores más progresistas de la
sociedad estadunidense y
generando la aparición de un
reseñable campo de empatía.
El contraste entre la violencia
policial y el carácter
decididamente pacífico de #OccupyWallStreet
ha funcionado como un campo
magnético que ha atrapado no
sólo la atención sobre el
movimiento, sino también los
afectos. Ni uno solo de los
responsables del desastre
económico desatado desde Wall
Street ha sido detenido y
procesado. Casi 900 personas han
sido arrestadas desde que el
movimiento ocupara Liberty Plaza
el pasado
17 de septiembre. El contraste
se ha hecho sencillamente
insoportable para mucha gente.
En realidad, ese contraste ha
desembocado en una cadena
sucesiva de inputs que están en
la base del crecimiento y de la
positiva evolución del
movimiento. La secuencia es
sencilla: la violencia policial
injustificada atrae a los media,
que atraen a algunos personajes
públicos con influencia en
importantes sectores de la
opinión pública local y mundial
(Michael Moore, Susan Sarandon y
Tim Robins, entre otros), lo que
intensifica el interés de los
media, lo que desemboca en que,
finalmente, la izquierda le
conceda importancia al
movimiento y quiera asociarse a
él. ¡Bingo! Ya no estamos solos.
No sólo todo el mundo nos está
mirando, sino que muchos no se
conforman con mirar y quieren
participar activamente.
#OccupyWallStreet ya no es el
mismo movimiento que arrancó
durante el verano. Mucho menos
aquella cita planeada por unos
pocos cientos de activistas el
pasado 17 de septiembre. Ahora
el movimiento es de las
personas. Más de los gerundios
que de los adjetivos. Su máximo
logro es el hecho mismo de su
existencia: Liberty Plaza
representa la reconquista de la
sociabilidad, la posibilidad de
poner en común, el bloqueo de la
soledad. Por eso lo primero que
uno percibe al entrar en la
plaza es una suerte de alegría
contagiosa, una emoción difícil
de explicar. Algunos
neoyorquinos han comenzado a
llamarlo "el milagro de estar
juntos". Eso ya no es la
indignación, es mucho más. Eso
ya es otra cosa.
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Gentileza:: Guillermo C. Cohen-DeGovia
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