¿Becarios?
por Lilia
Cisneros Luján.
Una de las mayores muestras
de incultura y por lo mismo
causantes de la manipulación
colectiva, lo es el discurso
“del cambio” como si el mismo
fuera un descubrimiento o una
nueva meta a alcanzar. El cambio
es, ha sido y será por los
siglos de los siglos. Aun con la
barbarie que se nos repite en la
imagen del linchamiento a quien
fuera el presidente de Libia o
todas las que muestran cuerpos
inmóviles sangrantes y
decapitados, la humanidad no es
la misma que hace diez mil años.
Si bien el ser humano siempre ha
llevado la semilla para dominar,
usar la violencia –contra sus
congéneres, los animales y el
medio ambiente en general-
mentir y robar; las formas de
hacerlo no son las mismas hoy
que en la Grecia de las Ciclades
o la China de antes de Cristo.
Doctrinas que encierran valores,
reconocen estas inclinaciones
incivilizadas, de distintas
maneras: “por cuanto todos
pecamos” “la existencia es solo
un proceso hacia la perfección”,
“nacemos nos reproducimos y
morimos”[1], los genes no
cambian pero los procesos que
les controlan puede ser fatales;
pero también coinciden en la
posibilidad del ser humano de
elegir, entre los polos del bien
y el mal, el Ying y el Yang; la
avaricia y la mesura; la vanidad
y la humildad, como una forma de
mutar desde la naturaleza
salvaje hacia la civilizada. La
memoria –genética y cultural-
casi siempre ha permitido
conocer los avances en los
cambios logrados por la
humanidad desde que la carne se
comía cruda, las cuevas eran lo
más parecido a un hogar y la
forma de defenderse eran las
piedras. Cambiar es pues algo
tan natural como la vida misma,
no reconocerlo, distorsionarlo o
convertirlo en producto
mercadotécnico, equivale a
retroceder y esto, al igual que
la reversa en los vehículos,
también es cambio.
De cuando en cuando, los cambios
constantes se hacen notorios por
el grado de implican. La
generación de los sesentas fue
reconocida debido a las
exigencias, sobre todo
juveniles, de mayor libertad, de
certeza en beneficios sociales y
de protestas por ciertas
costumbres consideradas
represivas. Hubo avances en el
mundo en materia de derechos
civiles o humanos, de apertura,
diálogos y desarrollo; sin
embargo jóvenes de los ochenta
en adelante parecieron no
heredar ese espíritu combativo y
la comodidad los moldeó
conformistas, pasivos o en
algunos extremos sibaritas y por
lo mismo incapaces de afrontar
las consecuencias de otro cambio
fundamental en el mundo: el
económico y financiero global.
No es sino hasta inicio de la
segunda década de este siglo,
que aparecen “los indignados”,
intentando hacerse oír, con la
carga en contra de unos medios
de comunicación capaces de
mediatizar y manipular cualquier
expresión en aras de “la
libertad y la no censura”,
bandera ésta, robada a los
estudiantes y luchadores de los
sesenta.
¿Cuáles fueron las causas de la
interrupción en la búsqueda
organizada de mejores estándares
de vida? ¿Se debe solo a un
movimiento pendular que agota a
los activistas? ¿Se puede decir
que ellos mismos han sido los
“culpables” por la no
participación de sus hijos en
aquella lucha que abrazaron?
¿Qué encierran las expresiones
de sorpresa jubilosa de millones
de espectadores del mundo que
hoy somos adultos mayores y que
en muchos casos participamos con
los activistas del cambio hace
50 años? El fenómeno es multi-causal,
tiene que ver con políticas que
unos cuantos señalamos como
erróneas y que resultaron en la
destrucción de instituciones
logradas por la inercia social
cambiante de los últimos siglos
del milenio pasado. Una de ellas
se vincula con la educación. El
rumbo de este privilegio de las
personas fue dictado en base a
las leyes de mercado. Educar se
convirtió en negocio. Una
educación gratuita y de calidad
para todos, se mira como
competencia desleal por los
vendedores de diplomados,
talleres y certificados de
estimulación temprana, primaria
secundaria y así hasta la
universidad. En la trampa del
dinero también han caído los
responsables de la educación
pública. La operatividad de sus
estructuras -casi siempre
ineficientes como resultado del
gigantismo- es costosa y supone
negociaciones que a la postre
obligan a cumplir facturas con
los enemigos de este concepto
social, convirtiendo a los niños
y jóvenes en una suerte de
limosneros de privilegio. El
miedo a perder una beca
concedida a partir de
intenciones clientelares, parece
ser una de las razones de la
condición de espectadores de
muchos jóvenes, sobre todo en
países con dificultades
financieras. ¿Por qué en México
los émulos de quienes han
protestado -exponiendo su vida
desde Grecia hasta Chile- son
apenas unos cuantos? ¿Que hace
la diferencia entre los
indignados de otras latitudes y
un puñado de muchachos que usan
las explanadas de las
delegaciones del DF como espacio
para día de campo?
Para empezar es muy poco lo que
se les ha enseñado, acerca de
los riesgos de protestar. El
sistema educativo global, impuso
la desaparición de temas y
materias en la currícula
escolar, que les hace ver el
civismo como algo obsoleto, las
drogas como una forma de
felicidad evasiva y los
luchadores sociales
-ferrocarrileros, petroleros,
médicos, estudiantes,
sindicalistas, trabajadores de
instituciones cómo el IMSS o el
ISSSTE, etc.- como
“terroristas”. La beca,
privilegio “concedido” por algún
partido político “de izquierda”
o por empresas preocupadas en
lavar la cara de vergüenza de
una pobreza galopante o
interesadas en aumentar la
inscripción de jóvenes en la
educación privada, les obliga a
estar calladitos para verse
bonitos. Los medios –sobre todo
electrónicos- ya nos hicieron
saber del retiro de beca a un
joven que protestaba. No importa
si tiene altas calificaciones,
si es genio o si es holgazán; a
sus padres se les dio esta beca,
como una forma de contener la
presión social por el desempleo.
Son miles las familias que viven
de la beca de tres o cuatro
hijos, más el apoyo por la
soltería materna y algún ingreso
extra en un puesto informal que
no aporta al erario, que es
caldo de cultivo para la
compraventa de artículos robados
o producidos en la llamada
piratería y que fomenta una
cultura laboral de indisciplina,
prepotencia e irresponsabilidad.
Esto es lo que algunos diputados
trataron de hacer notar a los
secretarios del trabajo y de
educación en sus comparecencias
convertidas en espectáculos
mediáticos. Por supuesto al
rating abonan los bufones y los
intolerantes; pero el hecho es
que hemos condenado a las nuevas
generaciones a la simulación, la
inactividad, el sometimiento
abyecto y la estupidez a veces
mayor que la de los robots
producidos por y para unos
cuantos. ¿Hacia donde nos
estarán programando los
siguientes “cambios”? ¿Serán
estos becarios los sujetos o los
objetos de tales cambios? ¿Qué
pasará con la gente pensante
excluida de las aulas costosas?
¿Regresaremos al valor del
autodidacta? ¿Quedará, en alguno
de estos “becarios” aun viva la
semilla que despierta la
inquietud del saber?
---
[1] Cristianos, budistas,
naturalistas, científicos.
Gentileza:: lilia ana Cisneros
[lcisnerosescritora@gmail.com]
paginadigital |