¡La educación como proceso
social!
Por Miguel De Castilla Urbina
IDEUCA
La mayoría de las definiciones
de uso común en la academia por
lo general apuntan a afirmar que
la educación es un proceso cuya
función es desarrollar
capacidades y competencias
intelectuales, psicológicas,
físicas y morales, orientadas a
que la persona pueda
desempeñarse eficazmente en el
sistema social; o que la
educación cumple con el papel de
asegurar la reproducción de la
estructura social de clases en
una formación determinada, o
aquella que asegura que la
educación es "el proceso
mediante el cual las
generaciones adultas transmiten
a las nuevas generaciones los
elementos de la cultura
existentes en una época dada" (Durkheim).
Como es posible observar, estas
definiciones tienen dos
elementos en común, por un lado
se refieren a la educación como
un proceso que confiere
fortalezas a las personas que
gozan de sus beneficios para su
desempeño eficaz en la vida
social, y por otro, el papel que
las personas educadas juegan en
el proceso de cohesión,
reproducción y/o cambio social.
En este orden, el enfoque más
difundido en la actualidad sobre
la educación es el de la Banca
Internacional y de los
ministerios de Educación y de
Hacienda de nuestros países,
basados en la tesis que concibe
a la educación como el proceso
de producción del "capital
humano" necesario para el
desarrollo económico y social,
en virtud del cual todos los
factores y elementos
constitutivos del mismo
(maestros, currículo,
infraestructura y equipos)
funcionan como insumos para
producirlo. La educación aparece
así ligada a las tasas de
rentabilidad de las inversiones
que se realizan en los insumos
mencionados, comparadas con las
tasas de aprobación o promoción,
los niveles de productividad de
la fuerza de trabajo, el empleo
y los ingresos. La educación,
según esta perspectiva, es
propagandizada como requisito
indispensable para la producción
de riqueza, bienestar individual
y desarrollo social.
En armonía con esta conclusión,
es un lugar común leer o
escuchar en el discurso
cotidiano de académicos,
políticos, organizaciones
sociales, organismos de
financiamiento internacional o
cumbres de jefes de Gobierno y
presidentes de la República
sobre la importancia que hoy se
le confiere a la educación para
el pleno desarrollo de las
potencialidades de cada persona
y el desarrollo familiar y
social. Este clima legitimador
ha provocado que la educación,
en especial la educación escolar
formal, sea en la actualidad
considerada no solamente una
necesidad individual y social
básica, sino también un derecho
humano fundamental.
En un contexto más ideológico,
encaminado a las búsquedas de
cohesión social alrededor de los
intereses dominantes, se afirma
que ella también es requisito
básico para la formación de una
ciudadanía democrática y para la
construcción de la democracia en
nuestros países. La educación es
factor para el desarrollo
personal y la inserción
individual en su medio familiar
y social. En cualquier sociedad,
es fundamental que sus miembros
se apropien de un mínimo de
saberes y conocimientos,
comportamientos, actitudes y
valores, en especial de aquellos
que constituyen atributos para
su participación efectiva en la
vida social. Existe una relación
entre el nivel educativo y las
posibilidades de la persona para
participar efectivamente en la
detección y diagnóstico de los
problemas de su comunidad y su
país y en la formulación y
propuesta de ideas de solución a
los mismos. A más altos niveles
de educación, mayores
posibilidades para la
construcción de la democracia
participativa en una sociedad
dada. O viceversa, a menores
niveles de educación, mayores
posibilidades para que imperen
regímenes excluyentes y
autoritarios.
No obstante, la educación como
proceso social no puede
entenderse sin su
correspondiente conexión a un
determinado contexto histórico
social, caracterizándose ésta
por ser, dialécticamente, causa
y efecto a la vez, recibe de la
estructura económica y de las
relaciones de producción que
definen su sentido y dirección y
los condicionantes objetivos que
lo determinan y a su vez
contribuye a condicionar a cada
una de las estructuras y
procesos con que se relacionan y
a los procesos de reproducción y
cambio que ocurren en el
desarrollo de las mismas.
En este orden, la vinculación
entre educación y desarrollo
personal y social no es una
relación sin historia que se da
igual en cada época o cada
lugar, por el contrario, es una
relación profundamente
dialéctica cuya intensidad,
velocidad de movimiento y
consecuencias personales y
sociales van a depender de la
ubicación de la persona que
aprende en la estructura social
de clases y las circunstancias
históricas de cada formación
social. No es igual hablar de la
educación en la época feudal que
en la capitalista, ni en las
circunstancias del capitalismo
sobre-desarrollado que la del
capitalismo sub-desarrollado, ni
siquiera la educación entre
diferentes países de similares
niveles de desarrollo, ni la
educación para las diferentes
clases y sectores sociales de un
mismo país. No es igual la
educación que reciben los niños
y jóvenes de las clases
acomodadas medias y altas, en
los colegios religiosos y de
origen extranjero, de las
ciudades capitales de los países
latinoamericanos, que la
educación que reciben los niños
y jóvenes pobres y en situación
de pobreza extrema de las
barriadas y comarcas de
cualquiera de nuestros países.
Así como la educación no es un
proceso social fuera de la
historia, tampoco es un proceso
neutro. Toda la obra de Freire
está fundada en la idea que
reivindica la relación entre
educación e intereses y valores
de clase. A inicios de los años
ochenta en Nicaragua, la Cruzada
Nacional de Alfabetización, que
alfabetizó a alrededor del
cuarenta por ciento de la
población analfabeta mayor de
catorce años, fue acusada de
política por las fuerzas
contrarrevolucionarias
financiadas por el Gobierno
norteamericano; por su parte,
los alfabetizadores respondían
afirmativamente que la Cruzada
era una tarea política de la
Revolución, que así como se
había derrocado a la dictadura
militar somocista, de lo que se
trataba era de derrocar a la
ignorancia. En los años noventa
del pasado siglo, siempre en
Nicaragua, en los años del
neoliberalismo, la escuela de la
educación popular sandinista
sufrió un cambio radical y fue
convertida, privatizada y
subsumida a los valores y vicios
del mercado capitalista. De
nuevo la educación cumplió y
cumple su función política según
los intereses de la clase social
que la promueve.
No obstante, la imposición
clasista a través de la
educación no es un proceso
mecánico, vertical o permanente,
sino que el mismo se da en el
contexto de múltiples luchas por
la hegemonía cultural, lo que
permite un relativo ámbito de
autonomía para que los sectores
sociales (sindicatos del
magisterio y asociaciones
civiles que trabajan de cara al
derecho a la educación) puedan
desarrollar sus proyectos contra
hegemónicos.
La educación es así, un proceso
social complejo, que según sea
la ubicación de las personas en
la estructura social de clases,
les permite (o no les permite)
desarrollar sus capacidades
biológicas y psicológicas,
calificar su fuerza de trabajo y
apropiarse de los bienes y
valores de la cultura, creando
las condiciones y posibilidades
para su desempeño y desarrollo
en el mercado de trabajo, y su
inserción a crítica y
complacida, u oposición y
resistencia respecto a los
procesos de reproducción o
cambio social.
Fuente: El Nuevo Diario -
Nicaragua
www.elnuevodiario.com.ni
Gentileza: Melina Alfaro [
anahi_20002002@yahoo.es ]
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