No para dar por
pensado,
sino para dar en qué pensar
Agenda de Reflexión
El sabor de
Entre Ríos
El 5 de junio de 1976 moría en
esta ciudad Carlos Mastronardi. Había nacido en Gualeguay, Entre Ríos, en
1901. Se dedicó muy joven al dibujo y a la pintura y comenzó a escribir
artículos humorísticos en periódicos entrerrianos. Ya en Buenos Aires, a los 19
años se dedicó de lleno al periodismo, a la crítica y traducción literarias, el
ensayo y la poesía. Integró el grupo de poetas que colaboró en la revista
Martín Fierro, aunque con actitud totalmente alejada de vanguardismos. Un
vigilado trabajo de perfección lo impulsó a ahondar en estéticas que le eran
afines, como la de Valéry. Durante muchos años trabajó en la elaboración de su
poema Luz de provincia, cuya versión definitiva es de 1956. En sus
últimos años se recluyó en la habitación de un hotel de tercera categoría, en
extrema pobreza, y se convirtió en un noctámbulo solitario.
Autor mítico y a la vez clandestino, de obra breve y morosa (tal vez
producto de “la parsimonia y la pereza”, como decía él), Mastronardi fue una voz
singular entre los vanguardistas de los 20, que enseñó nada menos que a escribir
después del modernismo. Traductor obsesivo, despreciaba la “facilidad obscena”
de cierta lírica “sin plan ni sacrificio”.

Borges y
Mastronardi
Los mandatos
ocultos
[Publicado
post-mortem en La Nación del 24 de octubre de 1976]
Trabajo
para un hombre insospechado
oculto en algún siglo venidero.
Sin saber
quién lo manda, está llamado
a ser mi realidad y mi heredero.
Mi paso
y el de todos los mortales
oigo en una desierta edad futura.
Causando
estoy las dichas y los males
que aguardan a una incógnita
criatura.
Heredará mi sombra y será suyo
el dulce afán que mueve aquí
mi mano,
mas habrá de ignorarlo. Quizá influyo
sobre un sirviente, un
juez o un asesino
cuyo puñal esgrimo yo, el arcano.
Esa oscura maraña es
el destino.
Luz de provincia
[Fragmentos:
las ocho estrofas iniciales y las ocho finales de las 57 alejandrinas, evocando
a su Entre Ríos, según la versión publicada en Conocimiento de la noche,
1937]
Un
fresco abrazo de agua la nombra para siempre;
sus
costas están solas y engendran el verano.
Quien
mira es influido por un destino suave
cuando
el aire anda en flores y el cielo es delicado.
La
conozco agraciada, tendida en sueño lúcido.
Da
gusto ir contemplando sus abiertas distancias,
sus
ofrecidas lomas que alegran este verso,
su
ocaso, imperio triste, sus remolonas aguas.
Y
las gentes de ahora, que trabajan su dicha,
los
vistosos linares prometiendo un buen año,
las
mañanas de hielo. Los vivos resplandores,
y el
campo en su abandono feliz, hondura y pájaro.
Las
voces tiene leguas. Apartadas estancias
miden
las grandes tierras y los últimos cielos,
y
rumores de hacienda confirman lo apacible,
y un
aire encariñado, de lejos, vuelve al trébol.
Gracia
ordenada en lomas y en parecidos riachos.
En
su anchura, porfían los hombres con la suerte,
y
esperan suave fronda y unas tardes eternas
y
los dones que piden a los cielos rebeldes.
Preparando
cada uno los colores del campo,
capaz
el brazo, justa la boca, el pecho en orden.
Para
el ganado buenos pastajes y agua libre,
creciendo
en paz la bestia, la tierra dando al hombre.
Lindo
es mirar las islas. Una callada gente
en
cuyos ojos nunca se enturbia el claro día,
atardece
en sus costas o cruza con haciendas,
dichosa
en la costumbre y en la amargura, digna.
La
vida, campo afuera, se contempla en jazmines,
o va
en alegres carros cuando perfuma el trigo
cortado,
cuando vuelve la brisa a trenzas jóvenes
y el
ocio, en la guitarra, menciona algún cariño.
[...]
Conozco
unos lugares que enternecen mi andanza
y
donde la provincia ya es encanto sin tiempo.
Frondas,
callados pueblos, suaves noches camperas.
Soledad,
hermosura: frecuencias de mi pecho.
Vuelvo
a cruzar las islas donde el verano canta,
y un
aire enamorado de esa extensa delicia
en
cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
la
querida, la tierna, la querida provincia.
Larga
dulzura creada para entender la dicha,
durable
rosa, quieto fervor, gajo de patria.
¡Qué
mansa la presencia de la brisa en sus tierras!
¡Qué
sonora en mi pecho la efusión de sus aguas!
Dulzura,
sí, llaneza cordial, grato sosiego,
amplitud
primorosa y honor de la
mirada.
En
su anchura, el olvido reconoce a los suyos,
y en
su tierno abandono mi persona se aclara.
¡Qué
vistosas se ponen sus leguas cuando el aire
perfuma,
y la tarde alza como dormidos velos!
Yo
pondero esos campos, los nombra el afectuoso.
Mi
corazón es dádiva de su amable silencio.
Siento
una luz absorta y unos muertos rumores;
reconozco
este ocaso perdido en los trigales,
y
fuera de los años miro su gracia inmóvil,
su
delicado fuego sobre los campos graves.
Luz
absorta que viene del pasado, y me acerca
unos
rostros, un pueblo y esa fecha rezada
en
que anduve más solo por los patios silvestres...
(Un
Septiembre elogiado con glicinas, estaba).
Este
ocaso confunde mis tiempos. Vuelve un canto
siempre
dulce. La dicha se parece a esta ausencia.
Quedo
en la brisa, tierno de campo, libre, oscuro.
Una
vez yo pasaba silbando entre arboledas.
Sabor de Buenos
Aires
[Tango,
1966]
Letra:
Carlos Mastronardi
Música:
Miguel Caló
Anduve
solo y perdido
en la neblina del barrio.
Cuando en cada café y en cada
esquina
se me ganaba al corazón un tango.
Buscando
sabor de Buenos Aires
pasé por unas calles que hoy cambiaron
y en los
mismos cafés vi hombres solitarios
que de su juventud vinieron con
sombreros,
y así nomás quedaron
leyendo un viejo diario.
Sentí todo el
sabor de Buenos Aires
llegando del pasado
caminando por las calles de
recuerdos palpitantes
y en un umbral, sentado, igual que antes
oyendo un
viejo tango,
vi un hombre silencioso;
callado, parecía
misterioso
cantando, era el patrón de Buenos Aires.
